Soy parte de la especie “hijos de pastores”. De esa que vive las muchas exigencias que implica. Mi Papá fue un pastor a quien le tocó entre 5 hijos, una muy particular, o sea yo. Era de las que los maestros de la escuela bíblica no soportaban por mis preguntas y argumentos que los desarmaban, Y así a los 10 años estaba en la clase de adultos.

Decidí, con un promedio y beca para medicina, estudiar Artes Escénicas, lo cual se consideraba del diablo en la iglesia. Pedí el bautismo del Espíritu Santo en lenguas y en nuestra congregación no se permitía, lo recibí y lo hablaba a escondidas. No podíamos usar pantalón y un día dirigí usando un vestido largo pero abierto a los lados con un pantalón debajo.

Luego Dios me llama al pastorado, ni yo lo creía, así que le dije “Dios yo no voy a ser una pastora “normal” ¿Estás seguro?” Y asumí un pastorado de quizá 20 personas, de las cuales con mi primera predicación, explicando por qué yo sería diferente a mi papá (quién estaba sentado allí) ¡Perdí la mitad de las ovejas! Que desastre… Lo sé… Mi papá también suspiraba.

Pero los frutos en cada cosa que hacía mostraba que en medio de lo extravagante, loco o “del mundo” que parecía, Dios estaba allí. Pasamos en dos años de 20 a 150 personas en la congregación, ocultistas se convertían, milagros sucedían, construimos,compramos sonido,instrumentos,hicimos eventos de ciudad con invitados internacionales de entrada libre, etc.

Luego que me estaba acomodando me lanza dos veces más: una al oficio profético cuando ninguno de los dos sabíamos bien que era, y finalmente, tres años antes de partir con el Señor, me entregó a otra cobertura.

Definitivamente Dios escogió para mí el mejor papá, siempre me apoyó, con su manera apacible y en otras con su voz y frases contundentes me supo guiar sin quebrarme, animar a explorar sin perder el control, inspirarme desde su pasión, modelarme con su fe, pero sobre todo confiar en lo que Él ofrecía en el altar y lo que había depositado en mí. Muchas veces mis ideas le hacían contener el aliento pero nunca decía no, sino riéndo concluía “vamos a orar” y luego de días o semanas traía respuesta. Nunca me cortó las alas, ni apagó mi fuego, siempre sopló el viento para que volará a mi destino.

Hoy por gracia dirijo un influyente mover interdenominacional de intercesión, viajo con el oficio profético, escribo, y enciendo en donde voy con el fuego que El Eterno prendió usando como base lo que papá colocó en mí.

Una flecha incendiaria es diferente a las comunes. Se le hacía una cavidad donde se colocaba tela, paja o pólvora, a fin de que antes de lanzarla se prendiera en fuego de manera que al llegar a su destino causara incendios.

“Enséñale al niño a elegir el camino correcto, y cuando sea viejo no lo abandonará.” Proverbios 22:6

Proverbios 22:6

Enseñar es proporcionar conocimientos, habilidades, ideas o experiencias para una determinada formación. No es que sigan de por vida como robots cada orden, sino darles criterio para la vida.

Padres que me leen, cada depósito en tu hijo es esa pólvora  que  estás  acumulando  para  que  en  el  momento que el Espíritu lo encienda tú puedas lanzarle sin miedo, a su camino, al que Dios diseñó para ellos. A veces será diferente al tuyo, o quizás lejos de ti, pero siempre será usado el material que colocaste. Puedes confiar en el depósito que has hecho, por más que uno quiera no podemos sacarlo de nosotros.

Y a ustedes amadas flechas déjense equipar. Sé que a veces es intenso el ritmo, aprieta el alma, implica soportar fuego pero créeme  al  ver  vidas  y  ciudades  encendidas a través de ti, cuando inspires reformas, conquistes esferas   y palpes milagros, darás gracias a esos arqueros que te prepararon y lanzaron a ser la mejor flecha incendiaria que sistema, país o demonios hayan visto.

Profeta Yaneth Asbely Espinoza Parra

COORDINADORA DE LA RED NACIONAL DE INTERCESORES (MOVIUC), VENEZUELA